El conductismo frente a la pulsión de muerte
El conductismo opta por tratar la mente del ser humano como si fuera una “caja negra”. Por lo contrario, se centra en lo observable y medible. Esa metodología sirve en contextos para aprender un procedimiento o adquirir un hábito. Es decir, conseguir un objetivo claro y simple en un periodo de tiempo corto, como cuando un niño no quiere comer la comida y se le ofrece una recompensa por hacerlo. Ahora bien, aquí hay un punto ciego: ¿qué ocurre cuando una persona, a pesar de todo, insiste en cometer una acción que le daña, aún sin recompensa beneficiosa alguna?
Este ensayo defiende que el conductismo, un modelo que pretende explicar y modificar la conducta mediante el estímulo-respuesta y los refuerzos positivos, es útil para promover los comportamientos en contextos simples, pero es insuficiente para comprender algunas acciones como las autodestructivas, que son acciones que se repiten sin obtener ningún beneficio. En esos casos, la hipótesis del psicoanálisis acerca de la pulsión de muerte aporta una nueva visión, y destruye la teoría que plantea el conductismo.
Desde la óptica conductista, las acciones pueden extinguirse o reforzarse mediante la lógica del castigo o la recompensa. Dicho modelo parte de experimentos realizados con mamíferos como ratas y perros y pretenden ser extrapolados a los seres humanos, dejando de lado, empero, toda consideración acerca del psiquismo. Su respuesta es sencilla: no puede observarse, controlarse o medirse, siendo, por ende, prescindible.
Ahora bien, en prácticamente cualquier ser humano puede observarse una tendencia a la repetición de ciertas acciones o conductas que no obedecen a esta lógica de placer-displacer, sino que van más allá. Se trata, más bien, de una tendencia autodestructiva ante la cual de poco sirve un enfoque conductista, como puede ser el escoger reiteradamente parejas que hagan sufrir o ponerse en situación de burla en el trabajo. En el caso de adolescentes, se observa especialmente en las autolesiones y los llamados trastornos de la conducta alimentaria.
Si se amplía el marco explicativo y se incluye lo inconsciente en ello, el análisis es más rico y profundo. Más allá del coste-beneficio o placer-displacer, el ser humano es capaz de hallar una paradójica satisfacción en el hecho de lastimarse a sí mismo. Observamos que, en casos así, el sujeto implicado en esta acción que le hace sufrir sabe del dolor que se está causando, aunque no puedo refrenarlo. A este mecanismo, tan presente en la diversidad humana, Freud le puso un nombre: pulsión de muerte. En este sentido, para contrarrestar la tesis conducta, si el refuerzo explica la persistencia de una conducta, entonces se supone que. cuando no hay un refuerzo positivo, hay un coste por la acción, y, por lo tanto, la conducta debería extinguirse. Sin embargo, podemos observar lo contrario en comportamientos como las autolesiones o las recaídas en problemas alimentarios o de adicción que llegan a arruinar los logros obtenidos hasta el momento, sabiendo que no obtendrán nada positivo por ello.
Consecuentemente, el modelo basado en recompensas y castigos no llega a justificar la repetición de actos que solo generan sufrimiento y dolor.
En segundo lugar, el conductismo convierte la conducta en una contabilidad de costes y beneficios. Un ejemplo que lo ilustra bien sería que si A “paga”, se repite la acción; pero si, en cambio, “no paga”, la acción o comportamiento se extingue.
Sin embargo, en la autodestrucción presente en la pulsión de muerte, el sistema de refuerzos no opera, ya que el resultado es negativo y, aun así, la conducta persiste, mostrando que el “beneficio” obtenido no obedece a la contraposición entre placer-displacer, sino a una fijación en una satisfacción mortífera que puede operar como tapón de la causa del malestar psíquico.
Así pues, querer explicar cualquier conducta persistente diciendo “algún refuerzo habrá” hace que la teoría sea circular y no comprobable. La pulsión de muerte rompe ese círculo: entiende la repetición como una tendencia que va más allá del placer inmediato.
Dicho concepto, a su vez, puede centrarse en la especificidad humana y mostrar que, a diferencia del resto de animales, el ser humano no dispone de un instinto de supervivencia, siendo capaz de autodestruirse. Desde un marco conductista, este elemento queda del todo obviado o, a lo sumo, se explica como una conducta errónea por los efectos que produce, sin ir más allá.
A su vez, en el caso de conductas nocivas para el propio sujeto, el conductismo busca una solución que sólo se centra en el síntoma, es decir, lo que se ve y que asoma en la superficie, sin tener en cuenta las razones íntimas y subjetivas de estos actos, por mortificantes que sean., Un ejemplo: para los conductistas, la manera para extinguir un problema, como el malestar ante la percepción del propio cuerpo. Ahora bien, poco o nada podrá saberse qué atormenta de la imagen narcisista del propio cuerpo si no hay una escucha atenta que deje aflorar aquello inconsciente reprimido y que está causando ese dolor. Es enfrentarse de forma radical en el espejo, pero de esa manera no se está buscando la causa de tu mirada ni de tu dolor, y por lo tanto puedes acabar con un ataque de angustia en el hospital, lo que demuestra que como terapia el conductismo no da ni resuelve los problemas.
La pulsión de muerte, en cambio, intenta explicar precisamente eso: por qué una persona vuelve una y otra vez a lo que la destruye, aunque sepa que le hace mal, señalando que la conducta dañina no es el motivo, sino el envoltorio que esconde una razón que, de entrada, probablemente ignore el propio sujeto.; se centra en qué es lo que le está pasando, de dónde procede.
En conclusión, el conductismo es útil para modificar ciertas conductas, pero conductas simples. Funciona bien si lo que se pretende es modificar la superficie, aquello propio del yo en términos psicoanalíticos, aunque probablemente la causa del malestar se manifieste a través de otro síntoma. Es decir, sólo abordando la conducta se consigue desplazar la exteriorización del malestar, pero no su causa.
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